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Cómo encontré a Valentina

  • Foto del escritor: Ángela Blanco
    Ángela Blanco
  • 16 ene 2022
  • 5 Min. de lectura

Las amistades van y vienen, es inevitable, no se pueden mantener vivas todas las relaciones. Yo soy de la opinión de que los amigos de verdad se pueden contar con una mano, esos que están en tu día a día, que comparten tus problemas y tus ilusiones. Aunque no son siempre los mismos, en cada momento de la vida pueden aparecer unos y desaparecer otros porque tú también cambias.


Lo cual no significa que el resto de personas que están en tu vida no sean importantes, todos tenemos gente que hemos querido o que solo vemos a veces con la que queremos mantener el contacto. En mi caso, no es algo que haga con todo el mundo, de hecho lo hago con personas contadas. No soy muy detallista y se me da regular, por no decir mal, mantener conversaciones por redes sociales, siempre se me olvida contestar a los WhatsApp (sí, soy esa amiga que siempre te deja en visto), y tampoco es que adore estar colgada al teléfono durante horas. O sea que me tienes que importar mucho para que ponga esfuerzo en mantener el contacto contigo. Pues bien, Valentina es una de estas personas.


Tenía 11 años cuando supe que cuando llegase el momento me iría de Erasmus. Lo decidí entonces porque fue el año en el que lo hizo mi prima Laura. Era mi modelo a seguir y si ella lo iba a hacer, yo también lo haría. (Aún hoy quiero ser como ella cuando sea mayor). Y así fue, en 2016 me fui ocho meses a Italia, concretamente a Siena. Fue una aventura maravillosa que me encantaría repetir una y mil veces y que recomiendo a todo el mundo. No tuve el típico Erasmus de fiesta descontrolada. Aproveché mis meses allí para conocer el país, hacer amigos italianos y estudiar (increíble pero cierto), de hecho la única matrícula de honor que saqué en la carrera la obtuve en Siena. Allí es donde conocí a Valentina, una italiana preciosa, alta y vivaracha que me abrió las puertas e hizo que mi estancia fuera maravillosa, me presentó a todos sus amigos, viajamos juntas e incluso compartimos piso. En Villa Bellezza, que es como bautizamos a nuestro hogar, éramos tres: Laura (o Lura, como yo la llamaba), Valentina y yo. Las tres nos convertimos en una pequeña familia, pero llegó el verano y la vuelta a la realidad así que tocó separarnos. Lura volvió a Granada, Valentina se quedó allí y yo regresé a Madrid.


A Lura la he visto varias veces desde entonces, en una ocasión fui a visitarla a Granada, ella me avisó cuando subió a la capital y la última vez que nos hemos visto ha sido este verano en Galicia, que es donde ella vive actualmente. Con Valentina no he tenido esa suerte, no he regresado a Italia desde que acabé el Erasmus y aunque así hubiera sido, Vale ha viajado muchísimo, durante este tiempo ha vivido en Alemania, en Austria y lo último que supe de ella era que se iba a mudar a las Islas Canarias porque iba a empezar allí un máster. Después de eso perdimos todo el contacto, ella debió cambiar de teléfono porque dejó de recibir mis mensajes. Alguna que otra vez intenté buscarla en redes sociales pero sin ningún éxito, y así fueron pasando los meses e incluso los años hasta que llegó la pandemia.


La cuarentena forzosa que tuvimos que hacer todos en 2020 trajo muchas desgracias, pero creo que en muchos casos también sacó lo mejor de cada uno de nosotros. Valentina era de Lombardia y en esos meses era la región de Italia con mayor incidencia y mayor número de muertes. No paraba de pensar cómo estaría, dónde viviría o si su abuela, sus padres y su hermana seguirían bien. Me revolvía no saber nada de ella, así que me propuse hacer lo posible para encontrarla. Empecé preguntando a todos los contactos que mantenía de Italia si tenían su nuevo teléfono móvil, pero no tuve éxito. En los siguientes días hice un barrido muy exhaustivo en redes sociales, ¡era imposible que no estuviera en ningún sitio! Facebook, Instagram, Twitter, TikTok, LinkedIn, incluso Pinterest pero ni rastro de Valentina, en internet es como si no existiera. Finalmente di con una página en la que aparecía, era un foro de estudiantes de cuando estábamos en Italia, tenía creado un perfil así que le mandé un mensaje por allí, pero lo más probable es que no le llegara nunca, había dejado esa universidad hacía años. ¿Hoy día cómo se contacta con alguien que no está en internet? La búsqueda se convirtió en una pequeña obsesión, cada día cuando acababa el trabajo dedicada un rato a "buscarla". De verdad quería saber cómo se encontraban ella y su familia, pero no era solo eso, si no la encontraba entonces, probablemente iba a volver a saber nada de Valentina nunca. Iba a perder totalmente el contacto con alguien que había sido mi familia.


Lo último que sabía de ella es que estaba en las Canarias estudiando así que mi última opción fue investigar qué universidades había y en qué máster podía estar Valentina y ¡bingo! En un listado público de alumnos estaba ella. Esto aunque puede parecer fácil me llevó varios días. Así que con más vergüenza que otra cosa llamé a la universidad. Imaginad el cuadro que es explicar a una secretaria en medio de una pandemia mundial que quieres localizar a una antigua amiga que has visto que estudia allí o que, en algún momento, ha estudiado allí, quizás ni siquiera seguía matriculada. Por suerte, la mujer al otro lado del teléfono fue amable. Tuvo la decencia de no llamarme loca (aunque lo pensara), pero como es lógico me dijo que no podía darme ningún detalle por la protección de datos. Se lo agradecí y colgué el teléfono.


¡Ya está! No quedaba ningún hilo del que tirar, ¿o sí? Volví a llamar a la universidad para decirle a la secretaria que quería dejarle yo mis datos. Le daría mi teléfono y mi email y si ella tenía el contacto de Valentina y quería hacérselo llegar, estaba en su mano, de ese modo sería la propia Valentina la que decidiría hablar conmigo o no hacerlo. No me prometió nada y cortamos la llamada. Llegados a este punto no voy a hacerme la interesante con lo que pasó después porque lo pone en el título. Dos horas más tarde recibí un email en el que ponía: «Ángela, ¿eres tú?». ¡Había encontrado a Valentina! Ese día fue sin duda uno de los más felices de toda la cuarentena. Por la tarde estuvimos hablando por teléfono más de dos horas y a día de hoy seguimos haciéndolo de vez en cuando, nos contamos las nuevas noticias o nos compartimos fotos de lo felices que fuimos en Italia. Lo importante es que gracias a aquello no he perdido a la que un día fue una de mis mejores amigas, de las que se cuentan con los dedos de una mano.


Moraleja: si alguien te importa de verdad, cúrratelo.



 
 
 

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